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domingo, 3 de mayo de 2020

Y un día, todo cambia.




Parece mentira, cuando aquel ya lejano 8 de marzo rodaba por última vez por las calles de mi barrio. Quién me iba a decir que hasta casi dos meses después no podría volver a correr.

Y lo más curioso, lo más sorprendente y trágico es que no se trataba de una molestia física, de una lesión o de un contratiempo personal. Lo peor de todo es que nos confinaban en casa porque una pandemia de alcance global estaba matando gente indiscriminadamente y tocaba ponerse a salvo en casa.

Quién nos iba a decir esto, a nosotros, acostumbrados a vivir ¨apartados¨ de todo, ajenos a las pandemias que se suelen sufrir en países subdesarrollados o muy lejanos, de hecho, el origen de esta enfermedad (COVID-19) estaba situado en China y a finales de año, aunque oíamos hablar de él, nos quedaba muy lejos.... ¨son cosas de los chinos¨.

El caso es, que como el que no quiere la cosa en Italia, y poco después, en España, empieza a morir gente y a colapsarse el sistema sanitario de todo el planeta debido a la enorme velocidad de contagio de este virus, que no solo ahoga al paciente sino los recursos de todo aquello que toca. Y llega el día, seis días después de mi último entreno, en el que nos comunican que nos quedemos en casa, que seamos pacientes y que nos vayamos acostumbrando a un nuevo modo de vida, de aquí en mucho tiempo.

De pronto quedan muy lejos las quedadas con amigos, las carreras, o más fácil aún, un simple rodaje en soledad.... De que manera más sencilla y cruel se nos retira de los labios el plato del que comíamos a diario, ese plato que asumíamos como un derecho adquirido y que, de un bofetón este virus nos arrebataba y nos hacía entender que estábamos muy alejados de la realidad.

Con el paso de los días íbamos aprendiendo una lección detrás de otra. La más importante era ver como nuestros días de inactividad pasaban a un tercer o cuarto plano de interés. Pasábamos de lamentar los días en que no nos calzábamos las zapatillas, que no veíamos a nuestros amigos o nos colgábamos un dorsal del pecho para dejar de mirarnos el ombligo, nuestras desarrolladas piernas de corredor, nuestros físicos finitos y nuestras relucientes zapatillas para empezar a mirar a nuestro alrededor, a nuestros vecinos, a nuestros amigos, allegados, conocidos, familiares cercanos y lejanos, las noticias.... están muriendo centenares de personas a diario, 800, 900.... que locura.... gente mayor, y no tan mayor....

Este encierro pasaba de ser una canallada a un ejercicio de responsabilidad extrema, a nivel general, por el bien de nuestro entorno más próximo, y por ende, el de toda la comunidad. Teníamos que protegernos entre todos y en esta ocasión la solidaridad se demostraba encerrándose en casa y evitar las fuentes de contagio.

Reconozco que todo este tiempo he tenido mucho tiempo para pensar, para meditar y para recapacitar sobre lo que somos, quienes somos y hacia donde vamos, y por supuesto, a plantear una hoja de ruta.

El ser humano tiene una forma de ser muy marcada que, por mucho que me pese reconocer, volverá a aflorar con el paso del tiempo, quizá de los años, después de todo esto, es inevitable, va en nuestro ADN, ese egoísmo propio, que aún en estos días tan complicados y duros se está viendo por las calles de nuestra ciudad o pueblo en pequeñas dosis saldrá de nuevo dentro de X, estoy convencido. Tendremos la sangre fría de frivolizar sobre lo que estamos sufriendo, de bromear, de reírnos, de quitarle hierro a todo, porque somos así, una especie que si no se muere de un virus morirá de soberbia.

Ayer, día 1 de mayo, volvía a correr, tras 49 días de confinamiento y casi 60 sin enlazar zancadas, y pude saborear la esencia del ser humano por las calles de mi barrio.
No se trataba de encontrarme solo conmigo mismo, se trataba de ver mi alrededor, de comprobar como necesitamos sentirnos libres, respirar el aire puro, oír las risas de los niños, ver a otros ciclistas y corredores. Inevitable no poder dejar escapar una lágrima de emoción en las primeras zancadas, un grito de alivio al salir de mi calle, una respiración profunda, estaba viendo la otra cara del ser humano, la solidaria, la del respeto, manteniendo distancia, disfrutando del aire en la cara, de esa libertad.... Pocas oportunidades se plantearán así para vivir esta estampa, tristemente es así.

Sólo espero equivocarme, pensar que el ser humano cambiará realmente después de todo esto y sabremos anticiparnos a catástrofes como la que hemos sufrido. Que seremos más respetuosos desde el primer minuto, y a modelar nuestra soberbia.

Todo mi cariño y respeto a todas las personas fallecidas en esta pandemia, así como a sus familiares que, no sólo han sufrido las pérdidas, sino que como agregado, por seguridad para ellos mismos, no han podido despedirse de sus seres queridos.

También es momento de acordarse de todas las personas que han superado la enfermedad, sobre todo de esas personas de alto riesgo que han sido tan fuertes y valientes y no se han rendido. A sus familiares, por sufrir en la distancia con la sensación de la impotencia en sus corazones, ellos también merecen un aplauso y todos mis respetos.

A toda la población que ha tenido y tiene aún hoy el temple y la responsabilidad de seguir cumpliendo las normas establecidas para mitigar los efectos de esta enfermedad. Sin esta actuación hoy no podríamos estar disfrutando de estas pequeñas salidas que se nos han concedido, y lo que es mucho peor, seguiría muriendo mucha más gente de la que ahora mismo aún está muriendo (276 personas en las últimas 24 horas).

Y a nuestros sanitarios, desde el más importante médico hasta el último celador, pasando por los investigadores que trabajan contra reloj en el procesamiento de un tratamiento preventivo y de una curación para quien ya esté infectado. A todos ellos no les dedicaría un aplauso diario sino un apartado en la declaración de la Renta para un crear un fondo que de alguna manera se les pudiera hacer llegar por todas esas noches en vela y jornadas maratonianas dedicados a salvar vidas.

Ni que decir tiene, y mención más que especial a todas esas familias con sus ingresos mermados en este brusco frenazo a nuestra economía.

Y a todos los servicios esenciales que han estado y están trabajando para protegernos contra esta maldición que nos ha caido.

Para todos vosotros van mis kilómetros de ayer, da igual los que hayan sido, o las sensaciones, o el ritmo, son kilómetros de vida y es mi forma de compartirlos.

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